21 feb 2007

Ars polemica

Nota importante antes de comenzar: Me escribe un amigo con respecto a los comentarios que reproduje de un troll que firma "El Negrito del Vatey". Me dice que son una infamia, y que reproducirlos es hacerme cómplice de esa infamia. Tiene razón. Voy a modificar el post, que está aquí. El que quiera ver los originales, que se vaya al lugar donde se generaron.


Una polémica es muchas cosas al mismo tiempo pero es, fundamentalmente, una pieza literaria. Puede tratar de cosas importantes, trascendentes o banales, pero ante todo requiere de la utilización de recursos literarios, de coherencia en el manejo de éstos, de efectividad en el planteamiento de ideas y del cumplimiento de ciertos objetivos.
Me refiero, claro, a los objetivos propios de la polémica: la discusión, en general, se desarrolla y se agota en sí misma, o eso se espera. Si trasciende el ámbito de la polémica (de lo escrito), algo falló y se convirtió en... no sé... vida real. El polemista que saca la polémica del ámbito de lo literario está derrotado, y no por el otro, sino por sí mismo. Y ése es el objetivo último de una polémica: no derrotar a una persona, sino lograr que esa persona se contradiga, se enrede en sus propios argumentos y colapse. (Hay normas no escritas para que las cosas no lleguen hasta allí; de ellas se hablará después.)
Una polémica es, también, una batalla de nervios, y por eso se requiere del manejo de recursos literarios. Seguramente habrá, desde el otro lado, aseveraciones que resultarán dolorosas, molestas, indignantes, etcétera, y hará falta alguna frialdad para responderlas; es más recomendable apegarse a la técnica que a la inspiración. En el armado de una pieza literaria debe existir un cierto distanciamiento: el que habla en el texto no es uno mismo, de manera directa, sino un personaje que, casualmente, piensa lo mismo que uno y escribe igual que uno. Es "otro".
Como con cualquier texto literario, si uno está emocionalmente ligado a lo que escribe, el texto no funcionará: uno no tendrá control sobre él, y se convertirá en un mapa de las emociones e ideas propias, en bruto, no en un objeto con vida propia. Es seguro que el otro polemista utilizará esa emocionalidad, y las contradicciones propias de un texto lleno de emociones, para ahondar aún más en el tema, o para desviarlo hacia terrenos que le resulten más cómodos a él y más incómodos al otro. En todo caso, buscará minar los nervios del oponente.
Están, por supuesto, las ideas: el tema de discusión. Éstas deben ser enfrentadas y –se espera– irreconciliables, o no haría falta una polémica; una simple plática de café, una discusión en algún foro virtual o “analógico”, bastaría –si no para conciliar– para enterarse de lo que piensa el otro, plantear las diferencias., aceptarlas y seguir conversando acerca del estado del tiempo o irse a casa.
En principio, uno de los polemistas –el que origina la discusión– intenta imponer su punto de vista por encima del ajeno, sin concesiones. Por eso muchas polémicas no se resuelven en una negociación, o en un punto medio, sino en la derrota de uno de los polemistas, aunque no siempre ni necesariamente en el triunfo del otro. En el fondo no hay mucho que ganar y, si lo hay, no será una polémica la que lo resuelva. O eso debería pasar si la polémica se resolviera en el ámbito de la polémica.
Hay algo claro: los polemistas deben estar totalmente seguros de lo que dicen, y no sólo deben creer en su verdad, sino también tener los elementos probatorios a la vista y ponerlos, de ser necesario, a la vista de los demás. Basarse en rumores, suposiciones –que no sean sólo retóricas– y en acusaciones que no tengan una base sólida es el mejor modo de ponerse desnudo en un campo de tiro al blanco.
Es importante también que los elementos probatorios tengan coherencia entre sí, esto es: que no sólo den la razón al polemista, sino que también muestren las contradicciones del otro.
Para esto hace falta conocer lo mejor que se pueda a la persona contra la que se entabla la polémica, conseguir la mayor cantidad de información posible y tratarla objetivamente (esto es: sin apasionamientos). Las impresiones personales sólo son válidas si dan pistas para llegar a elementos probatorios de equis o ye situación. Por ejemplo, si una persona defiende un pensamiento de izquierda, pero poco antes publicó una nota con un claro planteamiento de derecha, hay un buen elemento de ataque. Si ese artículo no es de derecha, sino que ciertas interpretaciones de uno llevan a esa conclusión, habrá una fuerte debilidad argumental. Y uno debe estar seguro de que uno mismo no ha caído en la “falta” que echa en cara al otro, o el ataque puede revertirse. (Todo jugador de ajedrez sabe que a un ataque corresponde un contraataque. En un juego de carácter táctico, el que ataca a fondo y falla sabe que ya no hay mucho que defender.)
Aquí hay un punto bien importante: si uno no sabe realmente qué piensa o hace la otra persona, es preferible evitar las acusaciones sin base. El motivo es sencillo: en una pieza literaria –como es la polémica escrita–, el referente del autor es el autor mismo. Si uno acusa a alguien de la falta que sea, sin pruebas que lo sostengan; si quiere usar un insulto para sacarlo de quicio; si especula acerca de los motivos de la otra persona para hacer algo, lo más probable es que utilice sus propios valores y los proyecte. Con eso estará dándole información valiosa al otro polemista.
Sin pruebas o indicios fuertes, sólo se puede acusar a alguien de las cosas que uno sería capaz de hacer, insultarlo de un modo que a uno le dolería y decir los motivos que uno tendría para hacer ciertas cosas en ciertas circunstancias. Eso será usado por el otro polemista para minar la argumentación, para desviarla o para centrarla en un punto incómodo para el que ataca. Y le dará pistas acerca de qué buscar, y dónde, y en qué materiales de la propia polémica profundizar para contraatacar.
Es importante la cantidad y el tipo de información que se ofrece al contrincante. No es que uno sea “un libro abierto” o que oculte todo; desde el momento en que se escribe algo –como esta nota, que ya se está haciendo larga– uno está dando una inmensa cantidad de información, que puede leerse de muchos modos. El asunto es saber cuál dar y cuál no durante una polémica, y qué valor otorgarle. Quizá uno hable de manera casual y hasta cómica de algo que realmente le duele, quizá se centre en aspectos que no son importantes para buscar una reacción secundaria, que luego refuerce los argumentos más importantes; quizá vaya soltando, poco a poco, detalles que al final reventarán en un argumento demoledor. Quizá no. Hay algo cierto: el otro polemista no debe saber lo que uno siente con respecto a la polémica. (Y tampoco lo que uno busca tácticamente.) Y eso, a veces, significa no responder ciertos puntos que darían información valiosa. Pero, si uno sólo deja de responder esos puntos, dejará pistas por todas partes. Entonces, lo recomendable es responder los puntos centrales, pero también otros que no tienen valor, o hacer comentarios que dispersen la atención del otro polemista, de manera que no pueda detectar cuál es la información más valiosa. Igual lo que se omite responder: puede ser algo que vaya en su contra, algo intrascendente, algo que después retomará. Si el otro exige ciertas respuestas, es él quien está dando información. Si usted es quien necesita las respuestas, simplemente reitere y reitere sus puntos hasta que el otro responda. Si insiste en no responder, allí puede haber un punto clave. Si no responde nada de lo que usted le pregunta, utilícelo en contra del otro: es claro que su objetivo no es confrontar ideas, sino pelear. Son los que colapsan con mayor rapidez, o en su defecto con mayor fuerza.

DEL AJEDREZ Y OTROS JUEGOS
En el ajedrez, el que hace la primera jugada tiene, en principio, la ventaja: si los dos rivales juegan correctamente –y no más que eso–, la ventaja de la apertura puede llevar al triunfo. Para las piezas negras, el resultado ideal es siempre un empate. Lo mismo puede aplicarse a las damas, las damas chinas, el parchís, el dominó...
En las polémicas no es necesariamente así. Siempre hay alguien que tira primero, y teóricamente cuenta con el elemento sorpresa: la persona retada casi nunca sabe lo que le van a decir, en qué momento ni quién, y la simple aparición del texto ya significa un impacto. En la práctica, el que ataca primero puede llevar la desventaja: para que la polémica sea posible, deberá generar una cierta cantidad de energía emocional en el contrincante para que responda.
Esto es: lanzado el guante, el “atacado” puede decidir si quiere jugar o no. (Ah: toda polémica no deja de ser un juego. Si sale de allí... Bueno, ya se sabe: hasta un niño sabe distinguir lo que pasa en los muñequitos y lo que pasa si trata de imitarlos arrojándose de un décimo piso.) Si decide que no, el “atacante” puede insistir o conformarse con aquello de que “el que calla, otorga”, que no es la medalla más honrosa, pero tampoco lo mete en problemas. Si insiste, el “atacado” puede dejarlo pasar de nuevo, pero hay algo importante: cada vez que el “atacante” insista, estará dando información adicional acerca de los motivos por los que quiere entablar una discusión, está ofreciendo –o debería– más información acerca de sus fuentes y, como generalmente pasa, se vanagloriará del silencio del otro y dará también información acerca de sus emociones. Si en el ajedrez las blancas llevan la ventaja, en las polémicas son las negras pueden desarrollar mejor su juego, si logran intuir por dónde va el otro. Les da tiempo de prepararse, en suma.
Claro que el “atacante” no lanzará –o no debería lanzar– un reto si no tiene trazada una estrategia bien clara, y si no está seguro de que va a ganar. No de manera fulminante, que puede ocurrir, sino en una batalla que dure mucho tiempo. (Dice Sabato: “Nadie sabe si va a la Guerra de los Cien Años.” Y esta guerra duró 130...) Si no tiene materiales para sostener la polémica, lo mejor es no iniciarla, pues cuenta con una clara desventaja: el “atacado” tiene una mayor cantidad de materiales –los generados por el atacante y los propios– para armar su propio juego, además de los que consiga por su cuenta.
Hay varios aspectos prácticos y éticos que deberían regular las polémicas:
1. La discusión es entre dos personas –o más, en algunos casos–, y sólo entre ellas. Los ataques, por lo tanto, serán contra esa persona. Si alguien se atraviesa, hay que tratar de descartarlo, para no abrir más frentes. Si uno es el atacante, no es sano involucrar a más personas del lado contrario: si abre muchos frentes, no podrá centrarse en la polémica, y además tendrá un costo emocional. Si logra que el otro abra más frentes, usted estará más cerca de ganar.
2. La vida personal del contrincante no tiene ningún valor en los términos de la polémica. Lo que está en cuestión son ideas o hechos, no preferencias o comportamientos sexuales, características físicas, etcétera. Si uno cae en la tentación, está dándole al otro armas para derrotarlo moralmente. (No muy en el fondo, lo que está en juego es la calidad moral de los polemistas con respecto a ciertas ideas.) Esto, desde luego, incluye a la familia.
3. Siempre debe darse al contrincante que va perdiendo una salida digna. Se hace más difícil cuando hay insultos y acusaciones de por medio, pero nunca deja de ser posible. Si uno va perdiendo, es preferible aceptarlo y, en el mejor de los casos, esperar una nueva y mejor oportunidad para volver a atacar. Si el contrincante que pierde no acepta la salida, seguro aumentará las energías de sus ataques en proporción directa a sus despropósitos. Utilice la menor cantidad posible de su propia energía para que continúe desgastándose y contradiciéndose, y siga ofreciéndole salidas hasta que las acepte. Si no es posible, apártese un poco porque en algún momento va a reventar en serio, y puede quemarlo; después aléjese de las cenizas. Si usted va perdiendo y no acepta la salida digna, no olvide que usted se lo buscó. Y no olvide que una polémica es literatura, y que en realidad nada ha pasado.
4. Diga siempre la verdad. Siempre. Sin excepción. No por una cuestión de moralidad, sino por motivos prácticos: si la polémica se alarga, seguro caerá en contradicciones, y dé por seguro que las hallarán y se las echarán en cara.
5. Una polémica no es un concurso de popularidad, sino una discusión entre dos –o más– personas, que se resuelve entre ellas, y allí queda. Es una batalla de nervios, es una batalla de ideas, y no gana quien tiene más adhesiones o amigos, sino quien logra demostrar que tiene la razón o que el otro no la tiene, según los objetivos del polemista. Alguien puede ganar una polémica y perder a todos sus amigos; alguien puede perderla y convertirse en héroe o víctima inocente. Si uno no está dispuesto a eso, mejor no meterse.
6. Siempre ataque de frente. Siempre. No trate de utilizar a otras personas para que resuelvan sus problemas. No se invente “personalidades alternas” para desviar la atención o abrir más frentes para el contrincante. También tiene motivos prácticos, no morales: lo pueden descubrir, abrirá más frentes para usted mismo y puede confundirse y, en esas “personalidades alternas”, utilizar frases, giros y construcciones que todos los que sigan la polémica sabe que son suyos... en especial su contrincante. Uno escribe como escribe, y no hay modo de evitarlo en una discusión de largo aliento.
7. Cuando esté derrotado, no trate de tener la última palabra, porque es probable que el ganador no se lo permita y siga alargando la polémica hasta que no quede mucho de usted. Si va ganando, permita que el perdedor diga la última palabra; seguro que se revertirá contra él mismo.
8. Si está en una polémica, diga exactamente lo que tenga que decir, en las palabras precisas y con la mayor corrección posible. Si dice todo lo que quiere decir, seguro le ganará la emoción. Y aquí hay un consejo adicional: siempre revise los textos de su polémica. Siempre. Sin excepción. Si está enojado, déjelo descansar y léalo después. Si no, lo mismo. Si está contento, con mayor razón.
9. No ataque a gente que esté fuera de la polémica, porque corre el riesgo de meterla en ella. Además, aunque se trate de una pieza literaria, puede decir cosas que hieran a personas que pudieran considerarse sus amigas, y ganar –o perder– una polémica no vale tanto.
10. Y de nuevo: intente que la polémica no rebase la frontera de lo escrito. Si lo lleva a la “vida real” y busca allí su revancha, no sólo ha perdido la polémica y el estilo, sino también una parte importante de su credibilidad. Ganar o perder una polémica sólo es eso; la vida es mucho más amplia y mucho más importante.
11. Dosifique siempre su información y sus recursos. No suelte todo de una vez. El contrincante irá dándole la pauta. Si tiene información demoledora, no la use a menos que sea necesario, y sólo deje que su oponente sepa que la tiene si es necesario. Si no, siempre guarde un buen mazo de ases bajo la manga, y trate de usar las cartas más bajas; va a necesitar las más altas cuando la polémica se ponga más dura. Y en serio que siempre se puede poner más dura.
Lo anterior, y algo más, lo he aprendido desde los 20 años, en polémicas en periódicos y revistas en México y otras partes, y luego en foros en internet. A veces me fue bien, a veces me barrieron –espero que no tan– miserablemente.
Ésas son mis cartas.

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